El pasado 30 de mayo, el presidente legítimo de la República Bolivariana de Venezuela – Nicolás Maduro Moros – acudió a Brasil respondiendo a la invitación que le hiciera el presidente del gigante de Suramérica, Luis Inácio Lula da Silva. Este espacio, desarrollado bajo el modelo de una Cumbre de Naciones Sudamericanas, permitió poner sobre la mesa diversos elementos de los cuales vamos a disertar.
En el marco de la implementación de las más de 930 Medidas Coercitivas Unilaterales (MCU), nuestro país ha sido víctima de un cruento bloqueo cuyo propósito no ha sido otro que provocar la definitiva salida del presidente Maduro del poder. Presidente, víctima también, de las consecuencias de dichas medidas, pues no es un secreto que el cerco impuesto afecta no sólo las relaciones económicas sino también las políticas y las posiciones a ocupar en el tablero geopolítico regional y mundial.
En este contexto, el ascenso al poder de Petro -en Colombia- y Lula -en Brasil- invita a reconfigurar la geoestrategia, retomando cauces en favor de la Región con lo cual la premisa de unidad latinoamericana se perfila nuevamente en la agenda de la política exterior para cada uno de estos países y, además, desahoga en mucho a nuestro país de cara a la asfixia que plantea la injerencia y agresiones promovidas con la implementación de estas medidas.
A esta invitación de Lula, el Gobierno Nacional respondió como sabe hacerlo el presidente Maduro, con hidalguía. La pericia y el desplazamiento mostrado por el máximo líder venezolano constituyó una gran victoria para la política exterior de nuestro país, lo que puso en evidencia que los años del Canciller no pasaron en vano.
Este espacio favoreció, además, la puesta en escena de la visión del hegemón respecto de nuestra región en contraposición de los fundamentos progresistas, libertarios, independentistas y autodeterminados sobre los que se sustenta nuestra visión. Es en razón de ello, que Lula refiere a que la situación venezolana responde a una “narrativa construida” por los EE.UU. para señalar de dictador a un presidente legítimamente electo, pero radicalmente opuesto a subordinarse a su poderío y mucho menos entregar los ingentes recursos con los que cuenta Venezuela.
Esta situación que quedó develada por completo, ante las recientes declaraciones del expresidente Donal Trump, confirma que no es la democracia, ni mucho menos los derechos humanos del pueblo venezolano lo que los mueve, su único interés consiste en controlar los recursos energéticos de Venezuela para contrarrestar su inestable posición en el crítico Orden Mundial actual, de cara a la política guerrerista y aventurera que promueven. De allí que, lo acontecido en Brasil es una jugada más del Establishment norteamericano, ejecutada a través de los peones de Chile y Uruguay, para torpedear una vez más la inconveniente construcción de la unidad en la Región.
Asistimos a tiempos convulsos, las relaciones internacionales transitan hacia un nuevo equilibrio: el mundo multipolar y pluricéntrico. En razón de ello, por el bienestar de nuestros pueblos, no podemos permitirnos el lujo de caer en el juego del hegemón haciendo flaco favor a la unión de naciones. Quedarnos rezagados -una vez más- de cara a la nueva geopolítica mundial que se está consolidando, no es opción. Es indispensable trascender nuestras diferencias -ideológicas, políticas- y asumirnos en armonía perfecta (discurso y praxis) como pueblos hermanos de una historia común: saqueos, expoliación y dependencia con el mundo desarrollado que nos moldeó a su antojo en función de garantizar su proceso de acumulación. Hay que transcender la subordinación, nuestra realidad no espera.